La tortura

El mismo día de la operación, a las 15h, subió uno de los dos doctores que me operó y me preguntó si me dolía la pierna, a lo que yo le respondí "por el momento, no". Él sonrió, y añadió "aprovecha ahora, entonces". Yo sabía lo que era el sufrimiento postoperatorio, igual que sabía lo que era pasar por una intervención -incluso dos- de rodilla. No obstante, también tenía claro que ninguna de las operaciones anteriores había sido tan compleja como esta última... 

Al cabo de unas horas empezaron los dolores, las incomodidades y el sentimiento de impotencia, enfrente de una situación que había vivido ya hace un año y que hubiera deseado no repetir por nada del mundo. Desgraciadamente, no me quedaba otra que llamar a las enfermeras para que me pusieran calmantes y más calmantes. Todo esto sin mencionar los mareos y las nauseas que "se apoderaban" de mi cada vez que me incorporaba... ya que me he operado de la rodilla, pero parecía que lo hubieran hecho del estomago con la dieta hervida y pobre que me ponían. De hecho, incluso la enfermera me ofreció la posibilidad de pedir un bocadillo para complementar el menú... ¡imagínate!

Mis piernas. 8h, jueves 4 de marzo.
Mis piernas. 8h, jueves 4 de marzo.

En fin, a lo que iba; llegada la noche, me pincharon neparina en la barriga y me pusieron por la vía dos calmantes y un antibiótico, que no sólo no me quitaron el dolor, sino que, encima, me quitaron el sueño. Con la tontería se hicieron las dos de la madrugada y yo seguía sin dormir... Por suerte -por decirlo de alguna manera-, finalmente me conseguí dormir, aunque el dolor no cesó y se apoderó incluso de mis sueños (sí, soñé que estaba en el hospital y que la enfermera me ponía calmantes...). A las 3.42h me levanté muy adolorida, y después de estar quince minutos dubitativa (no quería que me tomaran por pesada ni por quejica), volví a llamar a la enfermera que hacía el turno de noche. Esta vez no me puso más calmantes, no, me pinchó metadona. Sin embargo, si el efecto de los calmantes había sido nulo, el de la metadona siguió la misma línea, por lo que hasta las cinco y algo no pude volver a descansar. ¿Conoces la Ley de Murphy, verdad? Pues si en ese momento yo fuera una tostada con mermelada, seguro que me habría espachurrado contra el suelo con toda la confitura por delante, ya que fue dormirme y llegar las enfermeras del turno de mañana para ponerme más calmantes y tomarme la tensión.  

La mañana siguió "tan bien" (ironía) como la noche, y entre el ir y venir de las enfermeras y el dolor, yo ya no sabía ni cómo ponerme para que no se me descompusiera la cara por el sufrimiento. Sobre las 8.30h vino el segundo doctor, y si el primero me dijo que aprovechara los momentos sin molestias, este me dio ánimos y me reconoció que este tipo de intervenciones son una terrible tortura. La verdad es que no hacía falta que lo jurara... ¡que dolor, que sufrimiento y que de todo tenía yo! 

Dos horas más tarde, con un par de calmantes más, ya tenía el alta y estaba camino de casa de mis padres. Dejando de lado el "show" que tuve para subirme al coche, la llegada a casa siguió con la misma trama de los capítulos anteriores; donde incomodidad, suplicio y angustia eran los reyes de la historia. Comí alguna cosa y me fui directa a la cama, lugar en el que no sólo conseguí dormir, sino que también conseguí liberarme de buena parte del dolor. Como si por arte de magia se tratara, desde esa tarde el suplicio desapareció, la angustia cesó y el sufrimiento terminó. Por aquel entonces no sabía si sería de manera definitiva, o tan solo temporal, pero la realidad era que, al menos, durante unas horas podría descansar.


Miércoles 2 y jueves 3 de marzo


© 2015 Andrea Rius; Educadora, deportista y aficionada en superarse día a día.  
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar